domenica 17 giugno 2007

Rosas de lluvia sobre Pedro Prado

De la lluvia el soneto entrega a tu calma rosas,
los pájaros errantes de mortales jardines,
alas que se plegaron el lejanos confines,
de un huracán el pétalo a novias temblorosas.

Son flores corporales que acuden presurosas
a renovar tu sangre bordeando los jazmines,
a entibiarse las manos con juegos del defines
cuando los mares rompen de la angustia las losas.

Tanta lluvia ha impedido que Alsino emprenda el vuelo
a las vastas regiones de un cielo sin espadas.
Yace como pingajo, monigote de cera,
sus ansias reducidas a lamentar su duelo.

Mis rosas a tus rosas son chispas de una hoguera
que nunca el jardinero dará por terminadas.
La lluvia en Chile deja al descubierto a sus poetas.

Jorge Jobet,
1989

La libertad de Paul Eluard

En la lluvia y en los truenos,
en la voz con el perdón,
en la abeja y en el pino
j'écris ton nom.

En los muros de la guerra,
en la luz del ruiseñor,
en mujeres con ensueños
j'écris ton nom.

En pizarras y en escuelas,
en la cárcel sin amor,
en memorias con paisajes
j'écris ton nom.

En las noches con sus barcos,
en el goce y en el dolor,
en la arena con sus niños
j'écris ton nom.

En el mármol y en la tierra,
en la pluma del gorrión,
en el agua que te canta
j'écris ton nom.

Jorge Jobet,
1989

A Mallarmé, Santo y Mártir de la poesía

El invierno, maese,
es la prisión del mirlo,
su lago congelado,
su perfección marchita.

Las rosas que buscabas
tienen negros y grises,
y el ser y la belleza
brotan de tierra firme.

No existe la palabra
de universal sonido,
sino el hombre en el tiempo
curando sus heridas.

Bajaste el cortinaje
cerrándote en tu música
de ocultos ideales
en brumas afligidos.

No está vacía el alma
que aspira a consumirse,
y tus hojas en blanco
la lluvia las escribe.

Jorge Jobet,
1989

A la Muerte le Digo

A la muerte le digo que se pare
y se olvide de hurgar en el recuerdo.
Atrás nos perfecciona un abejorro
en tenso sobresalto verdinegro,
una flauta musgosa y telarañas
en la ardiente comarca de la higuera.

Allá en el polen recto no cabían
las cepas zamarreadas del invierno,
el genio de magnolias desprendidas
de la lengua melódica del éter

Su rostro de tatuajes milenarios
se pasea atisbando la floresta,
tardío en las lagunas rondadoras
y el amor juvenil con sus sorpresas,
indiferente y grave en sus funciones
de cortarle a la flor el crecimiento.

Una angustia nos crece y nos apura
en la atmósfera impar del sentimiento,
ovillada en armónicos jardines
con sus rejas tangibles y elocuentes,
lilas quizás que nunca sobrevivan
en el círculo magro con desdenes.

El regreso a los aires del pasado
es morirnos de a poco como un sueño,
esas cosas que oculta la memoria,
la desnudez de un ramo de claveles.

Jorge Jobet,
1987

Dame la mano

Dame la mano y ven, amada mía,
a contemplar terrenos caminados,
la invasión de roturas numerosas,
la amapola en el trigo.

Aquí el arroyo de un amor me hablaba
con la voz envolvente de sirenas,
y el viento completándose en los robles
hacia ti me llevaba.

Dame la mano y ven, amada mía,
a recorrer los mapas de mis ansias,
la roja invocación de loicas quietas,
de la lluvia el sonido.

Aquí los bosques con su alerta savia
recogían de zorros la destreza,
el trabajo pacífico que arrastra
deseoso de empinarse.

Dame la mano y ven, amada mía,
a recostarte en césped aquietante,
de vuelta del crepúsculo el ganado,
a ti con mi pelliza.

Aquí te entrego de mi amor las llaves,
el canto puro de mi flauta verde,
estas regiones que me condujeron
recto a tu airosa nave.

Jorge Jobet,
1987

Mi volantín de Niño en las Manos de Dios

Se me había arrancado de las manos
por la fuerza del viento.
Creo que fue más bien por otra causa
En el resto del año jamás había sucedido
Obedecía mis instrucciones a través del vidrio
Que nos comunicaba
Se sometía al poder magnético de mi libertad.

Sus tres colores simples con una estrella
Se confundieron en las alturas
Sentía su peso cada vez más débil
Súbitamente dio un tirón. La cañuela vacía
Me obligó a saltar
Se acercaba a Dios.

Una dicha serena me embargó por completo
Sabía que mis telegramas serían leídos
Libre libre libre .

No me sorprendió verlo en el Paraíso
Era un sol magnífico
Dios tiraba de él para que siguiera alumbrándolo
Mi volantín de niño.

Jorge Jobet,
1986

La cabrera de rojo

Por orden de llegada
Se paran en los riscos
Las cabras con su dueña,
Cabrera con varilla,
de rojo la pollera,
de luz las pantorrillas.

El viento la acorrala
con goce relamido,
le talla la cintura
a golpe de cuchillo,
los pechos de naranjas
con néctar reprimido.

Ladera que la piedra
calienta y martiriza,
el sol con todo el peso
de fierros encendidos,
y abajo pobres aguas,
palpando sus resquicios.

¡Qué bella la muchacha
tostada como harina,
con hondos ojos negros,
sus labios de amatista,
los dientes con un rayo
de luna en el estío!

Caminos que se pierden
en lomas sin sombrillas,
los chivos esperando
que se abran los apriscos
que avancen a las peñas
las cabras escondidas.

Si llega tu cabrero,
señora con tus crías,
no mires a las cabras
que suben a la cima,
acuéstalo en tu pelo
debajo del membrillo.

Calienta y martiriza,
El sol con todo el peso
De fierros encendidos,
Y abajo pobres aguas
Palpando sus resquicios.

Jorge Jobet,
1983